Sesión 1: Una invitación

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PROPÓSITO El estudiante comprende la necesidad de saber decir no ante la droga o cualquier vicio.

Introducción

Hablar del caso de Diego Armando Maradona, como una vida brillante se vio opacada por el consumo de drogas. Gaby la hermana de Andrés, tiene un trabajo de unas horas en una tienda. Entra un muchacho guapo quien termina invitándola a una fiesta donde fuman marihuana. Ella se escapa gracias a una llamada celular de Andrés, quien le cuenta luego como él había caído y salido de eso.


Lectura

Andrés, aunque tenía su sentido de humor intacto, ya no era “el payaso” de la clase. Las necesidades de su familia y la posibilidad de perder su casa le había dado una “dosis de realismo” que en vez de deprimirlo lo había fortalecido y le fluían muchas ideas, algunas buenas otras netamente imprácticas, de lo que podía hacer para dar más solidez a su familia. Por el momento su madre tenía un trabajo que les daba con que “sobrevivir” como decía, pero Andrés veía claramente que había que ayudar en todo lo que se podía, además de no gastar en cosas, empezando con el último modelo Blackberry que tenía medio reservado en su tienda preferida de telefonía y computación.

Una de las ideas, naturalmente, era que se buscara pequeños trabajos en negocios amigos para ganarse al menos para los gastos propios y de su hermana Gaby. Gaby estuvo de acuerdo y no tardó en conseguir suplirle a una vendedora que estaba de vacaciones en la calle cerca de su casa, sintiéndose, con sus 15 años, como una grande. Acomodándose detrás del mostrador y disponiendo su mejor sonrisa para atenderlo, se preparó para atender su primer cliente. El que había entrado era un muchacho más bien alto aunque por la cara se notaba que no era mayor. Se lo veía atlético y, sobre todo, exhalaba un aire de suficiencia que atrapó de inmediato a Gabriela. –A ti no te conozco, ¿cierto? –dijo el recién llegado mirándola directo a los ojos y sonriendo encantadoramente amable. Gaby no pudo dejar de ruborizarse y bajó levemente la mirada. –No –reconoció con una sonrisa–. Soy Gabriela. La chica que atiende está de vacaciones y estoy supliendo el puesto. –Ah –asintió el muchacho–. Entonces ando de suerte. ¿No vas tú al colegio de mitad de calle? –Sí –respondió emocionada la chica. A Gaby el muchacho le era familiar de algo pero no lograba recordar dónde lo había visto. –Entonces te he visto antes –dijo el cliente para sorpresa de Gaby–. A inicios de año tu colegio organizó un campeonato y mi equipo de básquet lo ganó.

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–¡Es verdad! –reconoció la chica–. Tú eres el capitán, ¿cierto? –Sí –dijo el recién llegado sin ruborizarse–. Mi nombre es Agustín. Y tú eres… –Gabriela –respondió la muchacha un poco nerviosa–. Bueno… Gaby me dicen mis amigos… –Ah, Gaby –repitió Agustín–. ¿Te gustaría ir a una fiesta este sábado? La organizan mis amigos en una casa muy bonita aquí cerca. Serías mi invitada… El corazón de Gaby latía a mil kilómetros por hora. –Tengo que pedir permiso a mi mamá –dijo para ganar tiempo. –Bueno, claro –contestó el muchacho–. Piénsalo y me llamas… anota mi teléfono…

Gabriela tomó nota y quedó fascinada con la idea. Al final Agustín compró un par de cosas y se fue. En cuanto terminó el trabajo corrió a hablar con su madre. Agustín era un muchacho conocido de la tienda y el barrio y la dirección que le había dado era la de su casa. Su mamá conocía a los padres de Agustín y no tuvo problemas de darle permiso. Todo el mundo tenía un buen concepto de él, que además de buen deportista destacaba en los estudios. Gaby se sentía en la gloria. El sábado le pidió a Andrés que la llevara a la fiesta. Quedaron que ella le hablaría por teléfono celular cuando quisiera irse. Al entrar en la casa de inmediato se le acercó Agustín. Gaby estaba impactada por la casa y por lo encantador que era su nuevo amigo. La fiesta parecía un éxito: buena música, buena bebida, muchos chicos guapos y chicas lindas aunque la muchacha se sintió un poco sola. Pero le bastaba con conocer a Agustín. Después de un rato, luego de conocer gente y haber bailado un rato, Gaby quiso ir al baño. Al salir no encontraba a Agustín y notó que el grupo que bailaba era menor. Al verla desconcertada se le acercó uno del equipo de básquet y le dijo que Agustín y varios otros habían salido al jardín en la parte trasera de la casa.

Cuando salió al jardín vio al grupo en lo más apartado, sentados en círculo, con un equipo de música portátil. Agustín hablaba de sus últimos juegos mientras hacía algo con sus manos. Gaby se sentó un poco fuera del círculo para observar. Cuando el muchacho, sin dejar de hablar, concluyó su maniobra tenía en las manos un típico cilindro blanco de unos cinco o siete centímetros. Gabriela había visto cilindros iguales antes. –Disculpen –dijo Agustín encantador–, no siempre me hago tanto rollo para liarme uno de estos… pero ya está. Este es para ti, Gaby. Todos voltearon a verla como si fuera una privilegiada. En cuanto su amigo le tendió la mano la muchacha recordó claramente de qué se trataba. ¿Cómo pudo ser tan tonta? Agustín, con una sonrisa, le estaba ofreciendo un cigarrillo de marihuana. La muchacha aceptó mecánicamente sin saber de momento qué hacer. El chico sacó otra hoja de un paquete que tenía y comenzó a «liar» un nuevo cigarrillo mientras seguía hablando de sus aventuras.

La cabeza de Gaby daba vueltas a una velocidad tal que la muchacha pensó que se desmayaría. Tenía en la mano un cigarrillo de marihuana que le estaba dando el muchacho que fuera tal vez el más encantador que había conocido. ¿Qué se suponía que debía hacer? Sabía en el fondo que no debía aceptar pero en ese momento realmente nada era claro para su vapuleada mente. Ninguno de los que estaban ahí parecía dispuesto a negarse a fumar. Agustín captó la duda. –¿Qué pasa, Gaby? ¿Acaso no has probado «María»…? –le preguntó sin perder su encanto. –No… sí, sí… la conozco –balbuceó la chica cada vez más confundida. –Ah, ya sé –dijo chico–: te han vendido el cuento de que es una droga, que es peligrosa… ¡nada de eso! La cannabis se ha fumado, y hasta comido, desde hace siglos. No es peligrosa. No genera adicción, solo acostumbramiento, pero de eso se sale fácil. Y es fantástica para hacerte sentir excelente. ¿No me vas a decir que eres una niñita de mamá… o peor, una mojigata que le tiene miedo a experiencias de adultos? No nos va a pasar nada. Nosotros no somos esos enganchados que ves por la calle, ¡nosotros la dominamos!

Gabriela no sabía qué hacer. Todo el grupo la miraba expectante y hasta alguno le decía que se animara. Todo el encanto y el glamour de Agustín le pesaban en la cabeza como un yunque. Hasta ese momento pensaba que estaba convencida de que no era bueno fumar marihuana, pero su convencimiento y sus barreras se desmoronaban. –No, claro –dijo la muchacha. Y se puso en sus labios el cigarrillo cerrando los ojos y pensando: –“que pase lo tenga que pasar”. Agustín estaba a punto de encenderle el cigarrillo cuando sonó el celular de Gaby. Fue como un despertar de un hechizo. La muchacha se sacó el cigarrillo de la boca y el basquetbolista estrella se quedó con el encendedor prendido en la mano. –Perdón –dijo Gabriela parándose y poniendo en evidencia lo incómodo y anormal de la situación–. Es mi hermano, sólo me llama si hay una emergencia. Tengo que contestar. Y salió del círculo. Habló un momento por teléfono y luego se acercó un poco.

–Disculpa, Agustín –gritó un poco atolondrada sin acercarse del todo–. Era Andrés, mi hermano. Hay una emergencia en mi casa. Él está en la esquina y ya llega a buscarme. Gracias por la fiesta, estuvo buena. Ya te llamaré... Agustín ni se volteó a mirarla: la droga que fumaba y el despecho de haber sido «rechazado» lo convirtieron nuevamente en un humano normal y corriente… bastante patético, por cierto. –Es una niñita imbécil –dijo el anfitrión casi gritando. Gaby lo escuchó y esas palabras se le clavaron como un dardo. Quería volver y decirle que no era ni niñita ni imbécil y que ella podía fumar el cigarrillo que quisiera. Pero resistió el impulso y continuó hacia la puerta. En un momento el único pensamiento que tenía era que no quería meterse en un rollo que no pudiera manejar.

A los pocos minutos llegó Andrés. –Hola, Gabicita –le dijo al llegar–. ¿Qué ha pasado? La muchacha solo le señaló el cigarrillo en la mano. Andrés la miró muy serio. –Dime exactamente qué pasó –le ordenó. Y Gaby, poco a poco, le fue contando toda la anécdota en la fiesta y cómo su llamada para preguntarle cuando recogerla había sido una salvación. Se sentía un poco mal por haber agrandado las cosas frente a ese grupo, pero en el momento le parecía la única opción para salir del círculo.

–No te preocupes –la consoló su hermano–. Normalmente no debes mentir… pero si en una situación en la que percibes peligro decir algo como eso te salva, bien vale la pena. –Casi me lo fumé –reconoció la muchacha. –Lo entiendo –la consoló su hermano mientras caminaban a casa y le bajaba la rabia–. A mí me pasó lo mismo… pero yo no tuve la suerte de que alguien «me llamara al celular». Gabriela estaba sorprendida por la revelación. –Fue en el otro colegio, cuando estaba con toda esa rabia –contó Andrés–. Había un grupo con el que podíamos hablar mal de todo y de todos y ellos fumaban «hierba» habitualmente. La segunda vez que salí con ellos los cinco me insistieron a la vez. Yo pensé en ese momento que si no aceptaba estaba fuera… y con papá ido, eso era lo peor.

–¿Y fumaste? –le preguntó su hermana. –Sí –reconoció con una mueca el muchacho–. Algunas veces. Me sentía fatal… bueno, me refiero a después. Pero ellos insistían en que no había ningún problema. Pero era mentira. Cuando la droga me empezó a afectar me enteré que los fumadores habituales de marihuana tienen un riesgo considerablemente más alto de sufrir problemas respiratorios como bronquitis crónica o trastornos psicóticos y hasta enfermedades cardiovasculares. –Pero yo he visto en algunas páginas de internet que la Marihuana no es tan mala –dijo Gaby mostrando parte de su confusión. –Lo sé –replicó su hermano–. No sé por qué publican cosas así, pero la información a mí me llego de la revista Lancet, una de las más prestigiosas del mundo en medicina. Luego me metí a la página del Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas de los Estados Unidos (NIDA) y encontré que según un estudio de la Red de Alerta sobre el Abuso de Drogas (DAWN) se calculó que sólo en el 2002 la marihuana fue un factor contribuyente en más de 119.000 visitas a las salas de emergencia en los Estados Unidos. De este total, alrededor de un 15% de los pacientes tenían entre 12 y 17 años. Si era tan inofensiva… ¿por qué esas cifras? Gaby asintió, más calmada.

–Descubrí también que hay investigaciones que muestran cómo iniciar en la adolescencia con el consumo de marihuana aumenta la posibilidad de quedar enganchado en la adicción a drogas más fuertes –reforzó Andrés su comentario.

–Pero tú consumías –cuestionó Gaby. –Sí –aceptó su hermano–. Y me costó salir, te lo confieso. Pero estoy contento de haberme liberado. «La saqué barata» como se dice ahora. Me ayudó mucho que me hayan echado del colegio. En este conseguí amigos verdaderos. La presión de los demás puede ser fuerte. Gaby miró el cigarrillo en su mano, lo rompió totalmente y lo tiró al piso. Andrés le sonrió con aprobación y le acarició la cabeza, sintiendo una actitud nueva, casi paternal, hacia esta hermana a quien quería ayudar a evitar caer en problemas innecesarios de la vida. (Cap. 32 Libro Aprendiendo a Querer 11).

Escucha ahora la explicación del profesor

A. Las mentiras y verdades

Mentira: “Ah, ya sé –dijo chico–: te han vendido el cuento de que es una droga, que es peligrosa… ¡nada de eso! La cannabis se ha fumado, y hasta comido, desde hace siglos. No es peligrosa. No genera adicción, solo acostumbramiento, pero de eso se sale fácil

Verdad: Es un hecho científico que la marihuana o cannabis es una droga. Basta buscar los libros de psiquiatría en los tratados de fármaco dependencia.¿Y qué significa esto? Pues que el consumo de marihuana es un riesgo ya que puede modificar el pensamiento y la conducta de la persona que la consume, con el tiempo puede modificar hasta el modo de ser del consumidor.

Mentira: “No me vas a decir que eres una niñita de mamá… o peor, una mojigata que le tiene miedo a experiencias de adultos? No nos va a pasar nada. Nosotros no somos esos enganchados que ves por la calle, ¡nosotros la dominamos!” Verdad: El sentimiento de omnipotencia durante la adolescencia (“a mí no me va a pasar”) y el deseo de experimentar emociones fuertes son la explicación por la cual los adolescentes enfrentan situaciones de riesgo sin sopesar los riesgos reales de sus actos. No piensan en las consecuencias porque están más pendientes de reconocer sus propios límites y ver cuán independientes pueden ser. Esta es una verdad a considerar al momento de tomar una decisión y tratar de elegir lo mejor: que no se dejen llevar por el impulso, que usen más la cabeza porque a futuro es ella la que les va a permitir disfrutar y vivir mejor. Otra verdad que desmiente la frase de Agustín: “…también que hay investigaciones que muestran cómo iniciar en la adolescencia con el consumo de marihuana aumenta la posibilidad de quedar enganchado en la adicción a drogas más …” Cuando el cerebro se acostumbra a funcionar bajo los efectos de la marihuana (o de cualquier otra sustancia) se persona se hace dependiente y pierde su libertad afectando su desarrollo personal, la vida familiar, educativa, laboral y su relación con el entorno y los demás. Los adolescentes son especialmente vulnerables a sufrir problemas por consumir drogas ya que su organismo está en fase de crecimiento y su personalidad en plena formación por lo que el impacto del consumo y su repercusión es mayor. Mentira:“Y es fantástica para hacerte sentir excelente”. Verdad: Por sus propiedades la marihuana produce relajación, euforia, sensación de bienestar y cambios en la percepción., estimula los sentidos, tendencia a hablar más, risas, apreciación incrementada de la música, incremento en el apetito y ligeras alucinaciones visuales. Todas esta son sensaciones que incrementan la sensación de placer pero son pasajeras y sus consecuencias, en un consumo frecuente no son nada agradables: “Algunas veces. Me sentía fatal… bueno, me refiero a después. Pero ellos insistían en que no había ningún problema. Pero era mentira. Cuando la droga me empezó a afectar me enteré que los fumadores habituales de marihuana tienen un riesgo considerablemente más alto de sufrir problemas respiratorios como bronquitis crónica o trastornos psicóticos y hasta enfermedades cardiovasculares. “…según un estudio de la Red de Alerta sobre el Abuso de Drogas (DAWN) se calculó que sólo en el 2002 la marihuana fue un factor contribuyente en más de 119.000 visitas a las salas de emergencia en los Estados Unidos. De este total, alrededor de un 15% de los pacientes tenían entre 12 y 17 años.”

Actividades de refuerzo

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Resumen

B. La presión de grupo

Con frecuencia los adolescentes que son iniciados en el consumo de la marihuana lo hacen incitados por amigos de la misma edad o por el grupo. Al ser una droga que se pude adquirir con cierta facilidad, está al alcance de los jóvenes y es la sustancia de mayor consumo entre ellos. En esta etapa, por el deseo de diferenciarse de las normas de los padres y por la “necesidad” de pertenecer a un grupo de pares (iguales), el adolescente es vulnerable a la opinión de los de su edad y a la presión de grupo. El miedo al rechazo, el temor a la burla y a la desaprobación del grupo son realidades que marcan el mundo afectivo del joven. Por su sensibilidad el adolescente ante este tipo de situaciones puede caer en la tristeza o depresión ya queque más anhela es pertenecer. Por tanto la probación es importante y superar los retos o desafíos que les plantean también. “Es una niñita imbécil –dijo el anfitrión casi gritando. Gaby lo escuchó y esas palabras se le clavaron como un dardo. Quería volver y decirle que no era ni niñita ni imbécil y que ella podía fumar el cigarrillo que quisiera. Pero resistió el impulso y continuó hacia la puerta. En un momento el único pensamiento que tenía era que no quería meterse en un rollo que no pudiera manejar. El grupo tiene fuerza propia por la situación de igual entre sus miembro y eso permite el sentido de identificación, la comprensión y acompañamiento afectivo (que neutraliza el sentimiento de soledad), un sistema de creencias compartidas, un espacio para aprender nuevas habilidades sociales y un código interno por el cual se cuidan y protegen. Esto hace que sea –Fue en el otro colegio, cuando estaba con toda esa rabia –contó Andrés–. Había un grupo con el que podíamos hablar mal de todo y de todos y ellos fumaban «hierba» habitualmente. La segunda vez que salí con ellos los cinco me insistieron a la vez. Yo pensé en ese momento que si no aceptaba estaba fuera… y con papá ido, eso era lo peor.

C. El sano afecto: un recurso que siempre ayuda

Y me costó salir, te lo confieso. Pero estoy contento de haberme liberado. «La saqué barata» como se dice ahora. Me ayudó mucho que me hayan echado del colegio. En este conseguí amigos verdaderos. La presión de los demás puede ser fuerte. Hay que saber usar el grupo de amigo como un recurso. Tener un grupo es un hecho natural en la etapa adolescente y es un entorno natural de aprendizaje. Por su influencia es importante que el grupo sea sano y busque cultivar una amistad sincera. Muchas personas prueban drogas por curiosidad pero la gran mayoría que se “engancha” lo hace para evadir o compensar situaciones de soledad o frustración afectiva. Rodearse de buenos amigos, pertenecer a una familia en donde hay comunicación y cariño son medios que protegen del consumo y de la dependencia.


Actividad para la casa