Sesión 1: ¿ Qué tanto le hago caso a mi conciencia?
PROPÓSITO
El propósito de esta sesión que el estudiante reflexione
en lo que significa hacer el bien y evitar hacer el mal.
INTRODUCCIÓN
La conciencia es como esa voz interior que nos susurra y nos dice si es que estamos haciendo lo correcto o lo incorrecto. A través de la conciencia tenemos esa sensación de malestar ante lo malo; por ejemplo, cuando estamos mintiendo, cuando no estamos obedeciendo las indicaciones de los padres, cuando salimos de casa sin permiso, cuando maltratamos a los demás o nos adueñamos de lo que no es nuestro. También, esa sensación de alegría o satisfacción cuando hacemos cosas buenas; por ejemplo, al concluir la tarea del colegio, cuando ayudamos en las que haceres de la casa, cuando dimos un buen examen, cuando enseñamos a los hermanos menores o compañeros que no saben o después de una buena confesión.
Nuestra postura ante la conciencia refleja muchas veces nuestra postura hacia la vida. Para algunos, la conciencia es un fastidio, una voz que les incomoda con sus prohibiciones y recriminaciones: “¿Por qué no me dejará en paz? Tanta gente lo hace y mi conciencia no me deja...
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Es curioso que despotriquemos contra nuestra conciencia cuando normalmente no nos quejamos de nuestras demás facultades. Nadie se lamenta de poseer una buena inteligencia o buenos sentimientos, o un buen sentido del olfato o de la vista. ¿Por qué enojarse ante una conciencia sana? ¿Tal vez porque no nos deja disfrutar el mal a gusto? Ciertamente, este modo de pensar no es muy sano que digamos.
El hecho de reconocer nuestra culpa después de haber obrado mal no es más que una consecuencia lógica, como es lógico que caigamos enfermos después de un atracón de cinco hamburguesas. Si el mal nos inquieta, deberíamos sentirnos agradecidos, ya que es señal de una conciencia sana. Querer hacer una maldad sin sentir remordimiento desentona con el verdadero sentido de nuestra vida.
Otras personas, en cambio, aceptan la conciencia como lo que es: un regalo. Quien de verdad quiere obrar correctamente, encuentra en su conciencia una herramienta sumamente útil, que le permite mantenerse en la senda correcta, aunque sea estrecha. Todo depende, por tanto, de lo que uno quiera hacer con su vida. Si un conductor, por ejemplo, en un arrebato adolescente, prefiere salir de la carretera para dar brincos con el coche por parajes agrestes, verá en la barrera de protección un estorbo que se opone a ese capricho. Los conductores normales suelen agradecer que haya carriles señalados y barreras de protección que les ayudan a mantenerse sobre su carril. Quien decida vivir en conformidad con la verdad de su propia existencia, agradecerá igualmente el auxilio de una conciencia que le permita mantenerse dentro del camino que le llevará al objetivo que persigue.
Más allá del legalismo: el amor
Nuestras actitudes marcan el tono de nuestros actos y reacciones. ¿Has estado alguna vez con una persona que ama verdaderamente el arte? Se puede pasar una hora contemplando un Renoir o un Monet, mientras que otro pasaría por delante sin ni siquiera darse cuenta. Una puesta de sol o un jardín radiante de color le provoca una necesidad irresistible de correr por una cámara fotográfica o por un pliego de papel y una caja de acuarelas. Su predisposición positiva le mantiene en perpetuo estado de observador de arte y todo le habla de arte.
Cada uno podría preguntarse: ¿Cuál es mi predisposición hacia lo bueno y lo malo? ¿Me entusiasma el deseo de vivir una vida recta? Pienso que hay dos modos de responder a estas preguntas fundamentales. En primer lugar, tenemos a esas personas cuya meta en el campo moral es la de no infringir las reglas. Se sienten satisfechas con mantener limpia su conciencia. Esta actitud se puede denominar legalismo moral. Para esta clase de gente, la moralidad es un código de leyes, un conjunto de reglas que hay que obedecer, límites que hay que respetar. Puesto que la tendencia normal de la gente es buscar el mínimo exigido, la moralidad se resuelve en los términos permitido y prohibido.
Esto nos recuerda a la parábola sobre los talentos que un señor dio a tres siervos para que los administraran. Cuando el señor volvió para ver cómo habían aprovechado los talentos, alabó a los dos primeros siervos, pero al tercero lo condenó porque desperdició el talento que había recibido, escondiéndolo y perdiendo la oportunidad de lograr algún beneficio.
San Agustín comprendió tan bien esto que llegó a resumir la ley moral en su célebre frase: “¡Ama y haz lo que quieras!”. Cuando una madre está afligida porque su hijo está enfermo, no se conforma con cumplir su deber mínimo de madre; no se pregunta por el límite inferior de su obligación. ¡No! Movida por el amor, rebasa con mucho el mínimo exigido por la ley y se desvive por aliviar a su niño. Busca el mejor doctor, consulta a otros padres, consigue las mejores medicinas. ¿Por qué? Porque es el amor el que la impulsa y no la mera obligación.
Para quien aspira a realizar cabalmente las potencialidades de su ser, la conciencia es un faro de luz de inestimable valor; es una guía que le permitirá recorrer el sendero del amor más elevado y de la donación de sí. Ella le alertará ante cualquier claudicación en la búsqueda de su ideal, y lo impulsará hacia metas cada vez más elevadas.
En resumen, la conciencia orienta a quien vive en el amor, no en el legalismo, y le ofrece un camino seguro para emplear correctamente su libertad.
Adaptado de https://es.catholic.net/op/articulos/43188/cat/30/que-tanto-caso-le-hago-a-mi-conciencia.html
CONÉCTATE
Escucha a tu profesor:
La conciencia es como un GPS o un mapa. Te dirige por el camino correcto para que puedas evitar problemas.
La conciencia es como un espejo. Refleja cuáles son tus valores y muestra cómo realmente eres.
La conciencia es como un buen amigo. Te da buenos consejos y te ayuda a que te vaya bien. Pero tienes que hacerle caso.
La conciencia es como un juez. Te hace sentir culpable cuando haces algo malo.
REFUERZA
Escucha la letra de esta canción. Luego, en grupo, responde las preguntas y elabora tu propia opinión.
Conciencia - Jon Z ft. Almighty (Letra): https://www.youtube.com/watch?v=A90P9gpPHOI
1. Para ti, ¿cuál es la voz del bien y cuál del mal?
2. ¿A qué nos invita cada una de las voces?
3. ¿Cuál tiene más fundamento?
4. ¿Alguna vez hiciste algo malo a pesar de que la conciencia te decía que no? ¿Cuál fue esa situación?
5. Opina sobre este dicho: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres
ATERRIZA
Es momento de sintetizar la información estudiada en esta sesión.
En nuestro proyecto de vida tenemos que considerar que una conciencia bien formada irá acompañada siempre de tres actitudes esenciales: sinceridad, autoconvicción y responsabilidad.
Hay dos reglas importantes que debe seguir toda conciencia recta:
- Nunca puedes justificar el mal para obtener un bien. En otras palabras: el fin no justifica los medios.
- No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti.
Formar una recta conciencia supone alcanzar tres objetivos:
- Educar la conciencia para que sea capaz de abrirse a los valores objetivos asimilándolos como propios, percibiendo el bien y el mal como algo por hacerse o evitarse.
- Fortalecer el influjo de la conciencia sobre la voluntad, llevando a la persona a hacer el bien y evitar el mal.
- Formar la conciencia para emitir juicios rectos sobre la bondad o maldad de los actos y ponerlos e
n práctica.
COMPARTE
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Haz una lista de todas las cosas que has hecho hasta hoy y otra de cosas no tan buenas. Luego busca el consejo o ayuda de un sacerdote, un familiar o una persona formada para que te oriente sobre las cosas no tan buenas que hiciste.
“¡Ama y haz lo que quieras!”.
San Agustín