Diferencia entre revisiones de «Sesión 3:¿Divertirse es arriesgarse?»

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Betty se sintió un poco incómoda.
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–Juan ¡el autobús, corre! –gritó Betty en cuanto salieron a la calle.
–Juan ¡el autobús, corre! –gritó Betty en cuanto salieron a la calle.
–No, Betty. Mejor caminemos. Quiero hablar. (Cap 29 libro Aprendiendo a Querer).
–No, Betty. Mejor caminemos. Quiero hablar. (Cap 29 libro Aprendiendo a Querer).
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== Escucha ahora la explicación del profesor ==
== Escucha ahora la explicación del profesor ==

Revisión actual del 07:46 5 nov 2021

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PROPÓSITO El estudiante entienda que existen situaciones en las que aparentemente no se hace nada malo, pero que ponen en riesgo la propia vida y agrede a los demás sin ningún sentido.

Introducción

Julia y Ramón tienen un accidente al hacer competencias de carreras de autos(arrancones). Todos acuden a la clínica preocupados ya que el estado de Julia aparentemente es crítico.

Los peligros de la diversión desenfrenada. Saber divertirse no es hacer «locuras»

Lectura

Juan aprendió mucho del debate, sobre todo a no hablar por hablar. Cuando el profesor iba a concluir llegó una alumna con cara de mucho susto. –Es Julia Sandoval...tuvo un accidente... con Ramón Pandolfi... están en el hospital. Desde que llegaron varios en el salón se preguntaban por qué habían faltado. En el colegio se vivía una sensación extraña. Especial-mente en el salón de Juan y Betty. El director los juntó en el patio y luego de comentar la situación se decidió dar el resto del día libre. Algunos fueron al hospital para ver cómo seguían sus amigos.

Betty y Juan, luego de dejar sus cosas en casa de la chica y pedir permiso, también fueron para allá. Cuando llegaron encontraron a Don Alejo con los papás de Julia y la mamá de Ramón. Mientras estaban allí volvió también su papá. El director, al ver a varios alumnos en grupo, se adelantó y les pidió que fueran a la cafetería, allí les daría las novedades. A los chicos les asustó la cara de preocupación de la madre de Julia, evidentemente había estado llorando.

Entre murmullos y con un sentimiento como de miedo unos diez muchachos del salón de los accidentados fueron entrando en la sala de la cafetería del hospital. Se rumoreaban muchas cosas, pero todos esperaban hablar con Don Alejo para tener noticias verdaderas. –¿Qué pasa, Don Alejo? –preguntó Betty en cuanto el viejo entró. –Por ahora nada. Escuchen con atención, quiero decir muy claramente lo que pasó para que no se hagan falsos rumores. Parece ser que anoche Julia, Ramón y algunos más salieron a «divertirse». El papá de Ramón le prestó su auto para que pasearan. Estuvieron un rato en la confitería, donde tomaron unas cervezas. Primer error. Cuando salieron ya era tarde y las calles estaban lógicamente vacías. Nadie sabe bien en qué momento comenzó, pero de pronto Ramón y otro de sus amigos, también en auto, empezaron a competir. Ya saben, arrancones o como le llamen. La cuestión fue que hicieron una apuesta a ver quién llegaba primero al último semáforo de la Avenida 4...

Ya los chicos se imaginaban el resto. –...De pronto algo pasó y el auto de Ramón terminó estampado contra un árbol. Lo que los médicos me dicen es que es muy probable que el auto fuese a más de 120 km/h, por la forma en que los chicos se golpearon. Ahora están inconscientes, aunque creo que inconscientes estaban desde el momento en que subieron al auto con cervezas «encima» y se les ocurrió andar jugando carreritas. Parecía que el director estaba enojado. Pero en realidad él estaba asustado por esos que de alguna manera también consideraba «sus» chicos. ¿Qué pasaría por la mente de unos muchachos de esa edad para arriesgarse así? ¿Qué les esperaba ahora? Julieta preguntó lo que nadie se animaba a preguntar pero que todos querían saber.

–¿Se van a salvar? Era extraño. Nadie había mencionado siquiera la palabra «peligro de muerte» pero a todos de pronto les vino la idea de que ambos podrían estar muy graves. Pero ¿morirse un chico tan joven? No terminaba de entrar en la cabeza de esos chicos. Pero era real. Podría pasar. Ojalá que no pasara en ese momento. Ojalá que no pasara nunca... pero podía pasar. Si alguno lo dudaba o no lo había pensado, entonces lo supo. –Espero que sí, pero parece que es pronto para saberlo –en la cara del viejo profesor había mucha preocupación–. Los doctores no saben si habrá lesiones permanentes o cuánto tardarán en salir. Betty se echó a llorar y se abrazó fuerte a Juan que recordaba la experiencia con su padre y sabía que había que ser fuerte en ese momento. Como Betty varias chicas y algunos chicos dejaron escapar alguna lágrima. El director los dejó y les pidió que no estuvieran muchos en la sala de espera, que él los mantendría al tanto. –Juan, tengo miedo –dijo Betty. –No es lindo tener miedo Bet, sobre todo miedo a la muerte o miedo al dolor. –¿Por qué acercarse tanto? ¿Para qué arriesgar la vida de manera tan tonta? –No sé. Pero ahora sé que ningún momento de diversión vale lo que están pasando ellos. Ayer no lo hubiera dicho por no quedar como maricón, pero hoy no hay nadie que me cambie de idea.

Los novios se quedaron un largo rato juntos, tomados de la mano, en una banca al fondo de la cafetería. Al final Juan habló como volviendo de un sueño muy profundo. –Betty, el dolor no es agradable pero forma parte de nuestras vidas. Tú sabes que lo sé, lo viví de cerca por lo de mi viejo. Hoy reafirmo lo que aprendí entonces: no hay que tenerle miedo. Pero tampoco hay que buscarlo. Esas diversiones al límite no tienen ningún sentido. Si Betty oía la palabra maricón de alguno cerca en ese momento de seguro le rompía todos los dientes.

Esa tarde Julia permaneció inconsciente y sus amigos se turnaron fuera de su cuarto, en una especie de guardia permanente. Para el primer turno se ofreció Manuel. Querían estar cerca. En la sala de espera había mucha gente: los cuatro papás, Don Alejo, algunos chicos. Durante el tiempo que les tocó a Juan y a Betty tuvieron oportunidad de aprender todavía más cosas. No era frecuente estar cerca del dolor y, como Juan ya lo había dicho, el dolor también educa. En un momento la mamá de Julia se acercó a Betty y se puso a conversar con ella. –Gracias por venir, Bet. Ya sabes cómo te quiere mi chiquita. –De nada, señ... –intentó contestar ella, pero la señora evidentemente no la oía. –Ay, mi niña. Si le pasa algo, me muero. Ella estaba siempre tan llena de vida. Creo que pensaba que iba a vivir para siempre. Seguro que el culpable es el tonto ese de su amigo. Pero en realidad ella también era traviesa –la misma señora se argumentaba y se corregía–. Pero, cómo puede ser travieso un chico a esa edad. En realidad era un poco inconsciente. No pensaba que algo malo le podía pasar y le gustaba estar mucho en el límite. Así son cuando jóvenes: no se dan cuenta realmente del peligro. ¿Por qué divertirse así? ¿No hay for-mas menos riesgosas de hacerlo? ¿Por qué bus-car el riesgo innecesario? Eso no es divertirse.

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Betty se sintió un poco incómoda. Tenía ganas de decirle a la mamá de Julia que su «niña» estaba sufriendo mucho por su separación. Que lo que necesitaba era compañía. Pero de pronto comprendió que también esa mamá sufría. Que los adultos no son perfectos pero que nada justificaba arriesgarse así. Que no le podía echar la culpa a esos papás que podrían haber cometido muchos errores, pero ninguno justificaba que Ramón y Julia condujeran su auto como locos, sin pensar en nadie, ni en ellos mismos. La señora dolorida se paró, fue hacia su esposo, apoyó la frente en su hombro y lo abrazó. Luego se fueron a un rincón y estuvieron hablando largo rato. Betty nunca supo de qué hablaron. Pero era evidente que el dolor por su hija los hizo reflexionar. Tal vez ese fuera un nuevo comienzo para ellos.

Entonces buscó a Juan y lo halló hablando con los demás chicos. Se acercó a ellos. –¿Cómo están, saben algo más? –Han mejorado pero todavía no pasa el peligro –respondió Juan. –Ramón tiene dos costillas rotas –continuó Julieta– y no saben los médicos si hay heridas internas. Julia se fracturó un brazo, pero eso no es lo más grave. –¿Hay más? –Con la frenada tan brusca –esta vez era Manuel quien hablaba– y por no llevar cinturón de seguridad, se dio un tremendo golpe contra el parabrisas. Las consecuencias de ese golpe es lo que temen más los médicos. Por ahora no recobran el conocimiento. –Creo que va a ser una larga noche. –Sí, Juan, pero creo que todos queremos esperar aquí, junto a ellos. Ya pedí permiso para quedarme. Varios habían previsto también quedarse. De pronto Julieta se paró y dijo elevando la voz. –¡Porqué tuvieron que ser tan irresponsables! ¡No se dan cuenta de lo que se hicieron!

–Se dejaron llevar por el momento. Pero ¡quién lo habría adivinado! ¿Acaso tú nunca has hecho cosas así? –Manuel defendía a sus amigos. –No hay que ser «genios», Manuel, para saber que podía pasar. A pesar de las advertencias creemos que somos invencibles, que los accidentes son para otros. Puede ser divertido, lo sé, pero cuando pasan estas cosas creo que la balanza cambia y todo se ve diferente. –Tienes razón. Arriesgarse, siempre arriesgarse. Parece que es la única forma de encontrar emoción. Lo que aprendí hoy es que no me gusta. Tenía ganas de ir a hacer bungie con mi hermano (ya saben, te subes a un puente y te tiras con una cuerda elástica). Me parecía lo máximo, pero no sé, ahora lo pienso más... la semana pasada una cuerda mal atada y un tipo en una simple grúa casi no la cuenta. Qué se yo, estoy todo confundido – Manuel realmente tenía una revoltura en la cabeza.

Pero algo le estaba quedando claro. Eso fue lo que expresó perfectamente Betty. –Hay otras maneras de pasarla bien... –las lágrimas no dejaron terminar a Betty. En ese momento apareció Don Alejo. –Muchachos parece que la situación se estabilizó. De todas formas nadie sabrá nada hasta mañana. Un aire de cierta tranquilidad circuló entre los muchachos. –Vayan a sus casas ya que aquí no pueden ayudar más. Patricia y Gerardo se van quedar, ellos les informarán cualquier novedad. Los chicos asintieron. Juan acompañó a Betty a su casa. –Juan ¡el autobús, corre! –gritó Betty en cuanto salieron a la calle. –No, Betty. Mejor caminemos. Quiero hablar. (Cap 29 libro Aprendiendo a Querer).

Escucha ahora la explicación del profesor

Diversiones peligrosas

Por la inquietud y la energía desbordante de los adolescentes no es extraño encontrar cierto tipo de activi�dades propiciadas entre ellos que estimulan las emociones y la adrenalina. Este tipo de actividades por lo general consisten en competencias donde el adolescente se ve presionado por el grupo a superar un reto, ya sea compitiendo contra otros o realizando una tarea frente al grupo. Son situaciones que el adolescente busca con el fin de demostrar y demostrarse que es capaz de superar obstáculos y por lo tanto de sentirse dueño de si. Es una manera de buscar mayor reafirmación. Es así que es frecuente escuchar casos de chicos que se han estrellado manejando su auto a toda velocidad en estado de ebriedad, o casos de personas que han muerto por una sobre dosis de drogas, o por beber una cantidad exagerada de alcohol han realizado tonterías, o personas que han arriesgado su vida entrando a lugares prohibidos con la idea de realizar alguna proeza, etc. La sobre estimulación ante el reto y la excitación que provoca genera en las personas una sensación de in�quietud asociada a diversión, cuando en realidad lo que se da es una fuerte necesidad de descargar la tensión del momento. Es una manera de liberar energía pero dentro del contexto del grupo. Entonces creen que se están divirtiendo cuando en realidad se están auto-estimulando porque no conocen formas «más originales» de romper con la rutina y el aburrimiento. Desafortunadamente cuando este tipo de acciones terminan en una desgracia las personas involucradas son las más sorprendidas porque al momento de realizar la imprudencia jamás pensaron en las consecuencias.

Midiendo las consecuencias

Lo que muchos ignoran al momento de realizar estos actos temerarios es que están poniendo en juego algo mucho más valioso que la propia diversión y es la integridad física tanto personal como de los demás. Las consecuencias de esto pueden ser tan graves como arriesgar la propia vida o la de otros, son consecuencias que probablemente dejarán secuela para toda la vida. Generalmente cuando los resultados no son positivos en este tipo de diversiones, las consecuencias suelen ser desagradables y es entonces que se comprende, a veces demasiado tarde, que ninguna diversión valía tanto la pena. Como se puede leer en el texto del alumno en un fragmento del diálogo entre Betty y Juan: –Juan, tengo miedo –dijo Betty. –No es lindo tener miedo Bet, sobre todo miedo a la muerte o miedo al dolor. –¿Por qué acercarse tanto? ¿Para qué arriesgar la vida de manera tan tonta? –No sé. Pero ahora sé que ningún momento de diversión vale lo que están pasando ellos. Ayer no lo hubiera dicho por no quedar como maricón, pero hoy no hay nadie que me cambie de idea ...el dolor no es agradable pero forma parte de nuestras vidas (...) no hay que tenerle miedo. Pero tampoco hay que buscarlo. Esas diversiones al límite no tienen ningún sentido. Si Betty oía la palabra maricón de alguno cerca en ese momento de seguro le rompía todos los dientes. Por eso es importante divertirse pero con responsabilidad, «pasarla bien» no significa hacer tonterías, significa saber cómo divertirse pero sanamente sin exponerse a situaciones límites de peligro, eso es para personas necias que no quieren pensar con responsabilidad en sus propias vidas y se conforman en vivir el momento con intensidad sin pensar en el futuro o en las consecuencias de sus actos. Los jóvenes deben ser conscien�tes del sentimiento de omnipotencia que muchas veces sienten y no dejarse cegar por él, son tan frágiles y humanos como cualquier persona y no están libres de que algo malo les pueda pasar.

Actividades de refuerzo

Resumen

Cuando la diversión deja de serlo

Fragmento de la conversación entre Betty y la mamá de Julia: –Ay, mi niña. Si le pasa algo, me muero. Ella estaba siempre tan llena de vida. Creo que pensaba que iba a vivir para siempre. Seguro que el culpable es el tonto ese de su amigo. Pero en realidad ella también era traviesa –la misma señora se argumentaba y se corregía–. Pero cómo puede ser travieso un chico a esa edad. En realidad era un poco inconsciente. No pensaba que algo malo le podía pasar y le gustaba estar mucho en el límite. Así son cuando jóvenes: no se dan cuenta realmente del peligro. ¿Por qué divertirse así? ¿No hay formas menos riesgosas de hacerlo? ¿Por qué buscar el riesgo innecesario? Eso no es divertirse. Sólo cuando se dan los resultados negativos es que se hace evidente que la diversión, por la cual los muchachos optaron desde un inicio, no era la más indicada ya que sus consecuencias encerraban grandes posibilidades de riesgo. Además no se toma en consideración el sufrimiento que se puede generar en las personas cercanas ya sean familiares o amigos. Si se pensara en todo esto se entendería que un momento de diversión al límite no vale la pena si con ello se puede evitar tanta preocupación y sufrimiento de parte de otros.

Tomando conciencia de los riesgos

El tomar conciencia de los riesgos de un acto peligroso es señal de madurez y sabiduría ya que se valora por encima de la emoción del momento la vida misma. No hay que dejarse llevar por el momento, hay que saber pensar en el momento y no tener miedo de hacerlo, es la única manera de asegurar que nos preocupamos por hacer lo mejor para nuestras vidas. La emoción dura sólo unos momentos, los accidentes pueden dejar secuelas de por vida. ¿Qué es más im�portante: un momento intenso a costa de lo que sea o la seguridad de la salud personal? Definitivamente hay formas más seguras de pasarla bien.

Actividad para la casa

1. ¿Qué hubiera pasado si Ramón y Julia, en vez de chocar contra algo fijo se hubieran estampado en choque frontal contra otro auto?

2. ¿Qué hubiera pasado si Ramón no hubiera tomado esa noche?

3. ¿Qué hubiera pasado si no hubieran aceptado el desafío de su otro amigo?

4. ¿Qué hubiera pasado si luego de divertirse esa noche con amigos hubieran ido de frente a su casa?

5. ¿Qué pasaría si Ramón y Julieta buscan maneras menos arriesgadas de divertirse?