Sesión 2: Un encuentro inesperado

De Wiki Coprodeli
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PROPÓSITO El estudiante comprende que para forjar su futuro es primordial reconocer y superar los rencores.

Introducción

Comente la historia de santa Rita de Casia, quien cuando llevaba diez años de casada encuentra a su esposo, a quien amaba mucho, muerto por represalias políticas. Queda viuda con dos hijos y conociendo a los asesinos de su marido los busca para perdonarlos de corazón. Pero sus hijos llenos de rencor quieren venganza y ella no deja de aconsejarles y rezar para que también puedan perdonar. Pregunte a los alumnos: ¿Si fuera tu caso, perdonarías al asesino de tu padre? ¿es fácil perdonar de corazón? ¿por qué cuesta perdonar? ¿qué es lo más difícil de eso?

Andrés, haciendo trabajo social en un barrio pobre, encuentra a su padre alcoholizado. Su resentimiento empieza lentamente a volverse lástima.

Lectura

En cuanto llegó a su casa, Andrés prendió la computadora comunal de la familia y, luego de ver su correo, se metió a su perfil de Facebook. Encontró lo de siempre pero lo que más le llamó la atención fue que Rolo, uno de sus amigos del colegio anterior, había colgado un link a un perfil nuevo, pero no de una persona sino de una institución: era entre perfil y causa. Le llamó la atención el nombre: Amigos Solidarios. De inmediato lo agregó a sus contactos y comenzó a navegar en esa causa. Era de uno grupo de amigos que a través de una página web y un perfil de Facebook se habían organizado para ayudar a un barrio pobre no muy distante. Andrés recorrió las fotos colgadas de las campañas y se entusiasmó al ver muchachos y muchachas de su edad empaquetando ropa, transportándola y entregándola a gente que la necesitaba, y jugando con niños. De inmediato le mandó un mensaje privado a su amigo Rolo preguntando más detalles acerca de la campaña. Su amigo estaba en línea y acabaron chateando.

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La última frase de Rolo en el chat era casi una sentencia. ¿Qué podía haber en esa actividad que a Rolo lo tenía tan entusiasmado y que hasta el mismo Alonso, casi sin tiempo, sacaba horas para dedicarle a algo parecido? Lo iba a averiguar. Pero antes tenía dos tareas: hacer un horario de sus ocupaciones de la semana, ya que se estaban multiplicando, y llamar a Elena para invitarla el sábado. Desde luego no quería descubrir solo lo que se suponía era algo tan especial. Ella aceptó en buena cuenta porque recordaba bien la disposición de Andrés cuando fue a plantearle el problema de Lucía y Gustavo y sentía que le debía un favor. Bueno, no sólo sentía eso, pero de sus otros sentimientos prefería no pensar mucho porque no quería sufrir más de lo que ya estaba sufriendo al saber las últimas noticias de su propia familia. El próximo sábado Andrés pasó a buscar a Elena y juntos fueron caminando hasta la dirección indicada con un poco de nerviosismo. Era un barrio bastante más arriba, y evidentemente de más necesidad que el donde vivían ellos.

En la puerta del local que buscaban, como esperándolos, estaba Rolo. –¡Andrés! –se acercó efusivo–. Hace tiempo que no te veía. Qué bueno que nos encontramos en Facebook. –Sí, fantástico –respondió el saludo Andrés. Rolo era un compañero de la escuela de donde lo expulsaron. Bueno, en realidad el pobre Rolo era una de las víctimas de las fechorías de Andrés, pero con el cambio de escuela y el tiempo trascurrido, la reconexión entre ellos vía redes sociales parecía que hubiera pasado luego de toda una vida. –Te presento a Elena –dijo el muchacho mientras le hacía un lugar a su amiga. De inmediato entre los tres hubo buena química. –Pero… ¡te ves cambiado, Rolo! –dijo Andrés al notar que muy evidentemente su amigo estaba diferente–. Tú antes eras… –Sí, más insoportable –completó el muchacho–. Dilo, no tengas pena. –No iba a decir exactamente eso –rectificó Andrés–. Pero casi, casi… No sé, antes eras raro, retraído, molesto… –Seguramente –reconoció el otro–. Pero tú también estás cambiado. Antes eras… –Un bravucón –completó Andrés–. Tampoco tengas miedo de decirlo… ¡o te parto la cara! Rolo se asustó.

–¡Noooo! –dijo Andrés para tranquilizarlo–. Era una broma. No sé qué te haya pasado a ti pero yo he tenido unos años muy movidos y… bueno, esas cosas, ya sabes. Poco a poco me siento un poco menos imbécil. –Bueno, creo que nos ha pasado a todos –replicó más cómodo Rolo–. Yo descubrí que podía hacer este trabajo casi de casualidad. Un día pasó una señora por casa pidiendo dinero. Mi madre, para mi sorpresa, no le dio… pero tomó una camisa de mi papá que hacía tiempo no usaba y se la regaló junto con un kilo de arroz. Luego me explicó que prefería dar cosas concretas y no dinero a la gente que pide, que eso suele ser más útil y seguro. Me quedé pensando. Luego en el colegio nos empezaron a insistir en la solidaridad, en pensar en las personas que tienen menos oportunidades y cosas así. Incluso he oído charlas de misioneros y activistas civiles de ayuda a zonas pobrísimas en el mundo. Eso me movilizó mucho. Me reuní con algunos de ellos para saber cuál era el secreto y resultó que el único truco era actuar. Entonces pensé que yo podía hacerlo. Empecé utilizando la red: una página web, una causa y un perfil en Facebook. Me focalicé en este barrio muy necesitado: preferible empezar con poco pero seguro. Al poco tiempo ya tenía suficiente gente interesada como para pasar a la acción. Y aquí estamos: el local me lo presta un tío mientras lo tiene desocupado y le he pedido a algunos de los misioneros y activistas que nos instruyan en cómo hacer las cosas.

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Ahora nos juntamos, escuchamos alguna charla de ellos para aprender cómo hacer esto bien y luego nos pusimos a trabajar: conseguimos ropa, comida, juguetes… lo que sea. Lo limpiamos, lo archivamos y lo ponemos en bolsas. Una vez cada dos meses venimos al barrio y, coordinando con el párroco y un líder vecinal, hacemos el reparto, jugamos con los chicos y tomamos merienda con ellos. Todo muy simple, pero muy útil. Andrés y Elena estaban impresionados. Era un trabajo entre adolescentes donde algunos padres ayudaban en temas críticos como llevarlos en camionetas al barrio, acompañarlos para negociar con la gente del lugar y vigilar que no haya algún problema en el reparto. De hecho ese momento del mes se había convertido para algunos en una especie de actividad familiar, casi festiva.

Fue así como Andrés y Elena quedaron enganchados con Amigos Solidarios y comenzaron a ir cada sábado. Efectivamente, como decía Rolo, el ayudar tiene efectos muy interesantes en la personalidad de las personas. También se incorporaron al grupo Carlos y Álvaro. Dos sábados después de ese primer contacto de Andrés ya tocaba la visita al barrio. Toda la actividad se había vuelto más intensa y con mayor emoción. Llegado el día cargaron el material recolectado en las camionetas y salieron para el lugar. Andrés no sabía que emprendía un viaje que le cambiaría la vida. En cuanto llegaron los recibió el párroco y el líder de los vecinos. El líder se quedó mirando fijamente a Andrés hasta el punto que el muchacho se incomodó.

–¿Cómo te llamas? –le dijo directamente. –Eh… Andrés… Andrés Comas –respondió este un poco desconcertado. –Ah…–dijo el líder–. Y me imagino que no conoces a tu padre. Andrés se quedó de una pieza. –¿Y usted por qué piensa eso? –le preguntó el muchacho. –Porque estoy casi seguro que tu padre vive aquí, en este barrio – respondió con tosquedad el líder. El impacto afectó a todos, pero especialmente a Andrés. –Mira, eres igualito a él –continuó el dirigente barrial–, y el apellido coincide. Sabemos que Enrico tiene un pasado que quiere enterrar pero una regla no escrita de aquí es que nadie se meta con nadie. –Pues deberías cumplir esa regla –le increpó el párroco, un poco molesto. –No lo sé, padre –respondió el líder mirando a Andrés–. En todo caso se lo va a encontrar tarde o temprano. Su casa no queda lejos. Andrés apretó los puños. Su cara se había ido transformando, endureciendo. Una rabia contenida parecía que iba a aflorar en cualquier momento. El párroco lo llevó a un costado. –Andrés –le dijo con un tono muy amable dadas las circunstancias–. No tienes necesidad de ir allí. Pero las cosas suceden por algo. Si decides darte una vuelta por esa casa, procura estar acompañado. Yo mismo puedo…

–Gracias, padre –respondió Andrés apretando los dientes–. Es algo que debo hacer solo. Pero si se queda cerca me puede venir bien. ¿Dónde es la casa? El párroco le señaló el camino y ambos se pusieron en marcha. Automáticamente Elena, Carlos y Álvaro fueron tras ellos. El grupo llegó a la casa. Era realmente paupérrima, sucia, muy descuidada. El párroco se adelantó y tocó la puerta. –¡Enrico! –gritó para llamar su atención–. Sal un momento. Hay alguien que quiere verte. Después de un rato hubo movimiento y la puerta se abrió. Ahí estaba Enrico Comas… o lo que quedaba de él. –¿Qué quieres? –dijo con mal aspecto y peor tono. Miró a los muchachos y no reconoció a su hijo. Los cambios en la adolescencia suelen ser vertiginosos y la vista del hombre estaba muy dañada. –¿Quién quiere verme? –volvió a decir el papá de Andrés y en cada palabra el olor a alcohol se hacía más penetrante.

Andrés observó el cuadro, petrificado. Nunca se hubiera esperado esto. Su rabia se transformó en pena, vergüenza, dolor. Todo alrededor de su padre estaba en la peor de las decadencias. El párroco miraba de reojo la reacción del muchacho. Cuando Andrés movió la cabeza hacia atrás él entendió que no iría más allá. –Nada, Enrico –dijo–. Ha sido una equivocación. El hombre miró desconfiado al grupo. Andrés ya no estaba. –Dile a estos “buenitos” de la ciudad que no anden molestando… que nos dejen tranquilos… y tú tampoco molestes, ¡cuervo! –dijo despectivo mientras cerraba la puerta. El grupo se quedó todavía unos instantes petrificados frente a la puerta de la casa. El párroco había ido tras Andrés que iba pateando cuanto tacho, lata o llanta usada encontraba por el camino. Después de un rato se detuvo en un lugar apartado. Lloraba a mares. El párroco se puso a prudente distancia aunque el muchacho ya había notado su presencia. –¿Por qué, padre? –dijo después de un rato de llorar en silencio–. Yo he soñado cada día desde que mi papá se fue que él algún día volvería, cargado de regalos como hacen otros papás.

–Tú lo has dicho, muchacho –contestó el párroco guardando la distancia–. Otros papás, no el tuyo. Es muy duro ahora pero vas a tener que aceptarlo. El pobre no ha sabido manejar su vida y por un defecto por acá y otro por allá se fue hundiendo cada vez más para terminar aquí. Tú creías que lo necesitabas… creo que él te necesita más a ti. Andrés tiraba piedras a una especie de laguna que en realidad era una gran charca inmunda. Pero al menos así le fue bajando la rabia y la impresión. –¿Usted cree que eso es hereditario? –preguntó por fin. –¿Lo de tu padre? –dijo el párroco que se había sentado junto a un árbol y parecía tener todo el tiempo del mundo para Andrés–. No, no creo. Los hijos no tenemos por qué repetir los errores de nuestros padres, aunque en muchas cosas nos parezcamos. No sé si te interese pero yo mismo me enfrenté a eso… en mi propia vida. Andrés volteó repentinamente para mirar al párroco. Luego continuó tirando piedras al agua. –Sí, mi padre también fue un desastre –continuó el clérigo–. No sólo bebía sino que además le pegaba a mi madre y era públicamente mujeriego. –¿Y cómo lo lograste? –cuestionó Andrés–. ¿Cómo hiciste para no envenenarte? –Creo que lo más importante fue empezar perdonando –dijo el párroco–. Luego diciéndome a mí mismo que una cosa es él y otra soy yo. También me ayudó el amor de mi madre. No sé, son un montón de cosas… que de seguro tú también tienes. Pequeñas decisiones acertadas en lo de todos los días…ir por lo correcto, no lo fácil. Ahora te dejo, creo que necesitas estar solo. Estamos por aquí si necesitan de algo… en sitios como este, donde no te conocen, muchas cosas pueden pasar.

Andrés se quedó tirando piedras al agua y pensando. Tendría que hablar con su madre, con el tío Alfredo. Tendría que esforzarse por perdonar y comprometerse consigo mismo para que, por más que las cosas anduvieran mal, no repetir los pasos de su padre. Tendría que perdonarlo de corazón y comenzar de nuevo, sin rencores, para deshacerse de la rabia que tenía, tan incómodo. Al fin, regresando hacia sus amigos, y viendo sus caras francas y abiertas de verdadera amistad, transformó esa cara mojada de lágrimas en una enorme sonrisa, pasando sus brazos por los de Álvaro y Carlos, formaron una cadena unida por los codos. Tres nuevos hombres, dispuestos a enfrentar lo que la vida les brindara, y convertirlo en positivo. (Cap. 33 Libro Aprendiendo a Querer 11).

Escucha ahora la explicación del profesor

A. Superar el resentimiento es liberador

El rencor es un sentimiento intenso que trastoca nuestras emociones y afectos. Es una carga pesada que termina desgastándonos. Cuando perdonamos no estamos haciéndole un favor a otro, al contrario los únicos beneficiados somos nosotros mismos.

El resentimiento nos ata al pasado y nos hace revivir una y otra vez ésa situación dolorosa que tanto nos ayudaría superar. Más importante que “no olvidar” lo que nos hicieron es la tranquilidad y paz personal. Perdonar no es fácil pero tampoco imposible. Se requiere de fuerza de voluntad y de algunas estrategias simples para dejar de lado esos sentimientos de rencor y pensamientos negativos que renuevan el dolor y el enojo. “–¿Y cómo lo lograste? –cuestionó Andrés–. ¿Cómo hiciste para no envenenarte? –Creo que lo más importante fue empezar perdonando –dijo el párroco–. Luego diciéndome a mí mismo que una cosa es él y otra soy yo. También me ayudó el amor de mi madre. No sé, son un montón de cosas… que de seguro tú también tienes. Pequeñas decisiones acertadas en lo de todos los días…ir por lo correcto, no lo fácil.” “Tendría que perdonarlo de corazón y comenzar de nuevo, sin rencores, para deshacerse de la rabia que tenía, tan incómodo”


Actividades de refuerzo

Identifica los principales estados de ánimo que sientes, expresa situaciones:

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Resumen

Algunas pautas para perdonar

Como todo en la vida, existen estrategias para enfrentar el rencor y poder perdonar, algunas pautas son:

• Aceptar lo que pasó: es el primer paso porque lo vivido no se puede borrar. Y lo que pasó no ha sido agradable pero tampoco puede determinar tu vida. Y lo más importante: ya pasó, en el presente no puede afectarte-

• Dejar de vivir en el pasado: el resentimiento te lleva a rumear el pasado y revivir aquellos sentimientos de dolor que tanto daño te hacen. Aceptar la situación te permite mirar hacia futuro y mirar hacia proyectos nuevos que mejoren tu vida.

• No verse como víctima: El verse como víctima es ponerse en situación de sometido y disminuir la propia libertas. Nadie puede hacernos sentir mal si nosotros no lo queremos. La opción para vivir plenamente es nuestra. Pero si nos creemos víctimas de algo o alguien la estima se empobrecerá y la amargura ganará terreno.

• Rechazar la ira: la ira que lleva al deseo de venganza no es un sentimiento positivo por tanto nos va envenenando y afecta nuestra calidad de vida. El vengarse de alguien no borra lo pasado ni nos ayuda superarlo por el contrario, nos lleva buscar actuar de la misma manera cuando nos hirieron y eso es ir contra uno mismo, contra tus valores y creencias que te llevan a repudiar lo que te dañó.

• Aprender de la situación: con la mirada puesta en el futuro, también podemos sacar cosas buenas de una situación que creemos mala. Toda experiencia de vida es una lección siempre se puede sacar algo nuevo de los que nos pasa: conocer nuevas cualidades, descubrir lo fuerte que somos, aprender a perdonar…

Actividad para la casa