Diferencia entre revisiones de «Sesión 2: Las primeras independencias»
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Revisión actual del 08:30 20 sep 2021
PROPÓSITO Que comprenda que más allá de los cambios en las circunstancias de la vida el amor y respeto a los padres no debe decaer.
Introducción
Juan lee el Libro Azul y encuentra una anécdota personal de su padre sobre la experiencia de querer independizarse. La independencia exige responsabilidad y madurez.
Lectura
Luego de la charla de orientación vocacional Juan, como varios de sus amigos, quedó bastante movilizado. Esa noche casi instintivamente buscó el Libro Azul y se encerró en su cuarto. Sabía que su viejo, de una u otra manera, estaría allí. Pasó varios capítulos que no eran lo que buscaba hasta que encontró uno verdaderamente interesante.
Independencia
Hoy voy a escribir acerca de una experiencia personal. Más que otros capítulos anteriores, éste está dirigido a mis hijos. Porque tiene que ver con su abuela... y ustedes saben cómo era la abuela. Ella era una mujer enérgica, fuerte, que de algún modo siempre lograba imponer su voluntad. Unas veces lo hacía suavemente, pero otras... Bueno, siempre se las arreglaba para que nosotros (o sea sus 7 hijos) siempre estuviéramos bajo su «mando». Esto, debo confesarlo, me molestaba particularmente durante mi adolescencia. Era definitivamente un rebelde.
“¿Ah sí, papá?”
–No me da pena confesarlo porque por esa rebeldía recibí una gran lección. Todo comenzó poco antes de terminar la secunda-ria. Yo había decidido entrar en el profesorado de literatura. Pero mis padres no tenían forma de pagar esos estudios. Claro que su apoyo moral era total.
“Pero es poco lo que se puede hacer con apoyo moral, ¿no es cierto?”.
–Y no creas que fue poco. Un día alguien me avisó de un trabajo de auxiliar en una imprenta. Me presenté y me dieron el trabajo. Recuerdo que para poder entrar a trabajar necesitaba la firma de mi papá. Así que una noche luego de la cena, me planté frente a él y le conté todos mis planes y las posibilidades que tenía de conseguir mi propio dinero trabajando en la imprenta.
Como siempre, mi padre me miró de arriba abajo, se tomó la barbilla pensando y solamente dijo: –Imagino que debo firmar algo ¿no?
“¡Ya lo tenías!”
–El lunes siguiente empecé a trabajar. Eran turnos muy cómodos, aunque me quitaban todas las tardes de la semana y parte del sábado. Pero no me importaba: ya tenía forma de conseguir mi propio dinero. Pero no todo resultó como lo esperaba: el primer mes la escoba fue lo primero que tuve entre manos. Era responsable de que el piso estuviese siempre limpio. Luego acarrear fajos de papel, toneles de tinta y cosas así. Era un trabajo pesado pero lo hacía con tranquilidad, pensando en todo lo que ganaría, una miseria en realidad, pero eso me bastaba para estar motivado. Así pasó todo un mes entre escobas, rollos de papel y bidones de tinta (lo cual me produjo más de una mancha de toda una camisa). Pero llegó el día de pago... Antes debo aclarar que una de las condiciones que puso mi madre para dejarme trabajar era que mis calificaciones no debían bajar, lo cual era todo un desafío. Para salir del paso no me costó decir que lo haría. Pero en todo ese mes no logré organizarme entre el colegio y el trabajo y en varios exámenes se notó la diferencia. Nunca había sufrido demasiado en las lecciones orales, excepto en ese mes. En el fondo sabía que mi madre, tarde o temprano, se daría cuenta. “¿Y se dio cuenta?”
–Antes déjame regresar al día de pago. Me levanté de excelente humor. Era sábado, así que trabajaba media mañana y después el dinero sería mío. Era un orgullo, porque me había ganado cada uno de esos centavos. Esa noche me podría ir a bailar tranquilo sin tener que pedirle a papá. Es más, no era necesario que le dijera a dónde iba, podía hacer lo que quisiera. Ya era «independiente». Entonces decidí no hablar del pago. En la noche me puse mi mejor ropa y salí a la calle. No avisé a nadie. Al rato me dio hambre, pero no quería gastar mi dinero en comer, así que decidí ir a bailar. Pasé una noche increíble...mente aburrida. A eso de las 2 de la mañana decidí que mi suerte no cambiaría así que volví a casa.
“Eso sí debe haber dolido”
–Tenía una fuerte sensación de vergüenza. No lo podía explicar en ese momento, pero deseé como nunca que mis padres estuviesen durmiendo y que nadie notara mi llegada. Además el estómago vacío me hacía recordar mi fuga «antes» de la cena. Llegué a la puerta de la casa y la encontré cerrada con llave. Vaya, había olvidado ese otro «detalle». “¿Cómo hacer para abrir sin despertar...?”
Pero no fue necesario pensar en nada más, mi madre me miraba desde la ventana de su cuarto. “¿Qué pasa, hijito?” me preguntó con un tono «sospechosamente» amable. Tragué saliva. Estaba todo mal y lo sabía. “Nada, mami. Sólo que quiero entrar”. “Ah... «el chico quiere entrar». ¿Por qué no lo haces?” “¿Me abres, por favor?” “¿Cómo? ¿No tienes la llave? Tú, «el hombre», tiene que pedir a su mamita que le abra.” En ese momento comprendí su intención. Me estaba dando en el blanco con un tono de sarcasmo que era tan efectivo como diez correas juntas en el trasero. Sin decir más bajó y me abrió. Entré y me dirigí a la cocina, esperando encontrar comida. En lugar de eso había una fuente vacía con mi nombre y un cartel que decía «Para ser llenado por el señor independiente». Reventé. Volví sobre mis pasos y encontré a mi madre sentada en uno de los sillones mirándome con cara divertida. Quise empezar a gritar.
“Cualquiera lo hubiera hecho”.
–“Si alzas la voz se despierta tu padre. Eso no te conviene”, me detuvo ella. Otra vez dio en el blanco... y me enfureció más. Estaba totalmente en sus manos. En voz baja empecé mi «ataque». “Pero qué pasa en esta casa... Me dejan encerrado fuera (es gracioso que dijera «encerrado fuera» ya que la gente se suele quedar encerrada «dentro», pero en ese momento no pensaba con claridad). No me guardan cena. Ya uno no puede divertirse un día sin que sus propios padres lo boicoteen. Creo que me merecía ese descanso. No soy un vago. Trabajo, madre, ¿lo recuerdas? Tengo mi propio dinero y puedo hacer lo que quiero. No tienen derecho a tratarme así. Soy su hijo...” y no sé cuantas incoherencias más.
“Y la abuela, ¿qué dijo?”
–Mi madre escuchó. Cuando mis argumentos se habían acabado empezó ella. “Querido hijo, dijo con voz dulce, me tratas como si yo tuviera la culpa, cuando eres tú el que se está equivocando. Es cierto que trabajas: me siento orgullosa. Pero de todos modos sigues viviendo en nuestra casa. En esta casa, que mantiene tu padre y de la cual él es el jefe. Él cuida de ti y tiene derecho a que se sigan sus reglas, que hasta el momento han hecho funcionar todo bastante bien. Entre esas reglas en ningún lado figura que los hijos se puedan largar sin avisar siquiera a dónde van. Que regresen a las 3 de la mañana exigiendo que se les abra. Buscando comida. Una comida, hijito, que está ahí gracias al trabajo de tu padre y tu madre y el esfuerzo de ahorro de toda la familia. Te puse ese cartel para que te des cuenta de lo que estás haciendo.
“Se puso dura la mano, ¿no papá?”
–“Es muy fácil, continuó tranquilamente, exigir nuestra independencia en forma caprichosa cuando contamos con el respaldo de unos padres que se preocupan por nosotros y siempre están si los necesitamos. No te confundas. Que hayas ganado dinero no implica que te puedas brincar todas las reglas que hasta ayer seguías. De lo contrario, asume las consecuencias. Si quieres seguir tus propias reglas tienes que conseguir tu propio pan. Es decir, tienes que ser responsable. ¿Puedes hacerlo?” “No, mamá” realmente no tenía otra cosa qué decir. “Claro que no puedes, si ni siquiera eres capaz de mantener tus calificaciones en un nivel aceptable...”
“¡...La abuela se había dado cuenta de todo!”
–En ese momento me asusté. Se sabía mi secreto, estaba perdido. Tartamudeé algo. “No intentes explicar nada, no hace falta. Te entiendo, hijo. Perdiste el control. Esto suele pasar al principio. No estoy enojada. Es hermoso ser independiente, tener tu dinero, sacar adelante tus planes. De acuerdo y te apoyo. Pero ¿te has puesto a pensar para qué trabajas? “Para pagar mis estudios” Sabía que esa respuesta me condenaba, pero en ese momento me sentí mejor condenado, porque era verdad. “Entonces es poco coherente descuidar tus estudios. Además, hoy te pagaron y no contaste nada. Tu padre siempre ha hecho todo por ti. El dinero que ganaste es tuyo, pero... ¡qué bueno hubiera sido que ese primer sueldo al menos se lo hubieses mostrado a tu viejo! Lo hubieras hecho feliz. El beneficio es para ti. Lo voy a decir por última vez: ésta es nuestra casa, también tuya, porque tú siempre serás parte de nosotros. Pero no estás por encima de nosotros. La mejor forma de que seas independiente es saber jugar con las reglas a tu favor. Si tú hablas no perderás tu independencia. En realidad estarás utilizándola al máximo... no te quedarás en la calle y por lo menos algo de comer habrá cuando regreses. Se trata de ser inteligente.”
“Vaya, la abuela se puso sabia.”
–Había dado en el blanco. Bostezó y sin más palabras se fue a dormir. A la mañana siguiente desperté en el sillón. Lo primero que hice fue ir al jardín, donde mi padre arreglaba las plantas. Le conté de mi sueldo, del trabajo que hacía, de cómo me había costado ese mes ordenar mis horarios. Él sonrió satisfecho, me abrazó y empezó a darme algunos consejos que todavía hoy me sirven.
“Pero ... ¿y qué pasó con la imprenta?”
–A los tres meses me ascendieron a aprendiz. Antes del año, ya como estudiante superior, me pusieron de supervisor de tipeo en el turno de mañana. Mayor responsabilidad pero también más sueldo. Suficiente para tener mi título de profesor en literatura. Creo que de allí nació mi amor a los libros. Con respecto a esa noche, me di cuenta que mi madre, más allá de todas las peleas que hayamos podido tener, era la mujer que más ha velado por mí. De un modo particular, pero muy efectivo.
Escucha ahora la explicación del profesor
1. No todo lo que brilla es oro
Lo que más anhela un adolescente es definir su espacio, su identidad y ganar con esto la independencia soñada. Es tal como la frase lo expresa: «soñada» y poco real. El adolescente sueña con los beneficios del ser independiente pero difícilmente logra ver los costos de este beneficio. Es natural que ellos vean las consecuencias del tener un trabajo porque son depositarios directos del esfuerzo de los padres, pero no necesariamente se tienen que enterar de los costos que el ganar dinero implica y de las renuncia y preocupaciones que supone. Es por esto que los jóvenes sueñan con poder trabajar en algo para lograr cierta independencia económica que les permita cumplir con algunos planes personales. La experiencia de trabajar ayuda a crecer en conciencia personal y social así como ayuda a madurar en el buen uso de los recursos materiales. Enseña a valorar lo que se tiene. Pero no todo queda ahí, el trabajo también introduce a la persona a otro tipo de exigencias y normas, distintas a las del hogar. Enseña a la persona a ser más responsable ya que tiene que responder por el trabajo por el cual se le paga. Esto significa asumir nuevas exigencias y responsabilidades que implicarán nuevas renuncias y nuevas situaciones para madurar.
2. Independencia y responsabilidad
El ser independiente no significa liberarse de las normas externas de los padres o de la sociedad, todo lo contrario la independencia exige responsabilidad: Es muy fácil (...) exigir nuestra independencia en forma caprichosa cuando contamos con el respaldo de unos padres que se preocupan por nosotros y siempre están si los necesitamos. No te confundas. Que hayas ganado dinero no implica que te puedas brincar todas las reglas que hasta ayer seguías. De lo contrario, asume las consecuencias. Si quieres seguir tus propias reglas tienes que conseguir tu propio pan. Es decir, tienes que ser responsable. La responsabilidad no es una regla creada por las personas adultas es una consecuencia natural del querer vivir bien, del reconocer que para sobrevivir necesitamos seguir una serie de pasos que nos permitan salir adelante respondiendo a todas las necesidades que el ser humano tiene. De lo contrario la vida se puede convertir en un caos desordenado que no beneficia a la persona. Quien quiera ser independiente no puede olvidar que la independencia tiene una «hermana» que va de la mano con ella y es la responsabilidad.
Actividades de refuerzo
TRABAJO EN GRUPO
Leer detenidamente el texto de las primeras independencias y analizar:
1. ¿Cuál es el tema del relato independencia?
2. ¿Quiénes son los protagonistas?
3. Ubiquen la introducción, el nudo y el desenlace.
4. ¿Cuál es la actitud del protagonista?
5. ¿Cómo lo educa la madre?
6. ¿Cómo es la relación del protagonista con sus padres? ¿Cuáles son las reglas de juego que él no había entendido?
7. Poniéndose en la mente del protagonista, luego de su anécdota nocturna, ¿están reñidos la independencia y la relación con los padres.
Resumen
3. La verdadera independencia se logra con madurez
Perdiste el control. Esto suele pasar al principio. Es hermoso ser independiente, tener tu dinero, sacar adelante tus planes. Pero ¿te has puesto a pensar para qué trabajas? La mejor forma de que seas independiente es saber jugar con las reglas a tu favor. Se trata de ser inteligente. La independencia no sirve de nada en si misma si no se la sabe administrar, aquí recordamos la importancia de establecer objetivos claros para no apartarse de ellos. La conciencia de estos objetivos es la que recordará a la persona a no desviarse del camino y la madurez forjará la voluntad necesaria para llevar a cabo esto. Si las cosas no están claras, si no se sabe bien lo que se desea entonces no se llega al destino deseado y la independencia resulta ser un bien sin mayor utilidad que tenerla para hacer lo que «uno quiera» y ya sabemos que el querer arbitrario y caprichoso no lleva muy lejos a la persona, al contrario la encierra en si misma.
Actividad para la casa
Expresa con tus propias palabras: ¿Qué necesita la cuadra donde vives y qué acciones podrías hacer junto a los vecinos?